lunes, 23 de enero de 2017

"Los árboles están en el jardín sólo mientras haya alguien para percibirlos", George Berkeley

Si se hiciese una película sobre mi vida, no sería la protagonista. 

Llega un momento cada día, al caer la noche, en el que me invade una profunda angustia. Temor, tristeza, el más absoluto vacío. Sin más motivos que pensar en pasar una noche más, durmiendo o en vela, me es igual. Sin más motivos que volver a ver amanecer.

Con  un egoísmo y una ignorancia supinos, crecientes.

Y cada día cuando amanezco, sin importarme ni cuándo ni por dónde ha salido el Sol, siento pánico. La sensación de peligro inminente. Amenzas que me acechan. Un peso sobrenatural en mis hombros, un peso ficticio. Las peores sensaciones y los peores sentimientos, los más detestables pensamientos se agolpan en mi cabeza y en mi pecho y formando un embotellamiento del que no puedo salir.

A menudo pienso en lo rápido que han pasado estos últimos años. En cómo los he dejado pasar. En cómo he dejado marchitarse cada flor que me daba la vida. Y aún temerosa de esa rapidez, cada nuevo día se me antoja eterno. Y se perfila más que ardua, imposible, la empresa de vivir un día más. 
¡JÁ! Dijo la niña blanca de clase media occidental desde el teclado de su ordenador. "Qué intento fallido de persona, ¿no crees amor?" me dice insolente y sarcástico como cada día mi reflejo en el espejo, al que tanto evito, lo único que odio de verdad. El que siempre lleva razón.

Camino aparentemente sola, pero siempre con mis amigos: Autocompasión, Culpabilidad, Victimismo, Miedo, Tristeza, Ansiedad, Anhedonia, Pánico, Temor, Alodinia, Arrepentimiento, Dolor, Fracaso, Autodestrucción.

Y me convierto para todo aquel que aún me percibe en un agujero negro de felicidad. Y digo eso de "para todo aquel que aún me percibe" porque cada día siento más cierto el hecho de haberme vuelto invisible, inocua. La tembloroso certeza, a veces esperanzada, de que nadie me echa de menos. Triste es saber que no cuentas. Que nunca has contado. Que no figuras en los recuerdos de nadie ni en sus pensamientos. Como el árbol que se cae en mitad del bosque pero no hace ruido, porque no hay nadie para oírlo.

Con ese dolor físico, que tantos creen o creeyeron ficticio, que me atenaza día tras día y me recuerda todo lo que no logré ni lo lograré jamás, que me hace sentir envidias y malos deseos que nunca antes había experimentado. Que hace que quiera tirar de la palanca de freno. Que me envejece, y me hace pequeña a la vez. 

Sin hacer nunca lo debo pero tampoco nunca lo que quiero. Sin saber si quiero algo. 

Sigo lanzando gritos de socorro con la dubitativa convicción de que nadie podrá ayudarme. O peor, de que nadie querrá. Peor aún: de no ser escuchada. 

Si la Reina Malvada del Bosque Encantado me sacase el corazón para estrujarlo y reducirlo a polvo, tal vez no le hiciera falta. Tal vez en lugar de un fulgurante corazón rojo, palpitando con luz propia, encontrase un saquito lleno de ceniza. Negra y sin rescoldos. (Referencia a la serie de televisión Érase una vez).

Y es que si sintiésemos con el corazón, ¿cómo si no iba a ser el mío? Incapaz de sentir nada positivo desde hace tanto para mí, tan poco para el resto, que se confirma la relatividad del tiempo.

Meme de 9gag. Referencia a la letra de la canción The sound of silence

La canción de rigor: "The sound of silence", Simon and Garfunkel.

1 comentario:

  1. Seguramente ya conocías ésta versión, pero no está de más mencionarla aquí: https://youtu.be/u9Dg-g7t2l4

    ResponderEliminar