domingo, 16 de octubre de 2016

Amor & Cía: Lo que echo de menos - Lo que nunca tuve

Cuando pienso en amor, dejando de lado toda la teoría sobre el tema, me  planteo lo que cualquiera: ¿el amor existe?
No hace falta ser un lumbrera para saber que sí. Claro que existe. Un sentimiento maravilloso y complejo. Inexplicable, irracional o no, y que, a veces, escapa a todo control.
Pero, ¿existe la noción de amor que queremos que exista? ¿La que nos han vendido? ¿La soñada?
¿Es el amor como lo pintan?
Si hablamos de amor en cuanto al amor romántico, la ficción siempre supera la realidad.
Ajustar nuestras expectativas a lo que la vida puede llegar a ofrecernos es verdaderamente difícil; porque hay una diferencia abismal entre lo que esperábamos tener y lo que finalmente tenemos - si es que tenemos algo.
De vez en cuando, me encuentro a mí misma sumida en una vorágine de nostalgia y melancolía. Momentos en los que echas de menos sensaciones y situaciones que, en realidad, nunca tuviste, que nunca viviste.
Porque la cara oculta de la luna se ríe de la gente como yo.
Y cuando recuerdas aquello que quieres que te vuelva a pasar, te deja un regusto agridulce.
Y aunque vives la mitad de tu tiempo en unafantasía paralela tan realista que sólo tendrías que dar un paso para vivirla de verdad, te quedas estático, porque ese es el efecto del miedo. El paradigma de la indefensión aprendida: hagas lo que hagas, nada te librará del trágico final. Y las cosas escapan a tu control, y las consecuencias de tus actos siempre serán las mismas, igual de catastróficas, hagas lo que hagas.

Cuando cae la noche.
Cuando en casa sólo estás tú.
Cuando no suena el teléfono.
Cuando no sabes a quien llamar.
Cuando ves Titanic.
Cuando pasas por el parque.

Es entonces cuando echas de menos aquellos espejismos de lo que creíste tener.
Y piensas: ¿volveré a sentirme así alguna vez?
La fugaz e insostenible sensación de enamoramiento.
Ese corazón en la boca.
Esas consabidas mariposas en el estómago.
Ese escalofrío recorriendo tu espina dorsal.
La risa tonta.
La tonta que se ríe. 
Y llorar cada vez que en la radio suena Bryan Adams.
¿Volveré a sentirme así? ¿Soy lo bastante joven? ¿Lo bastante inocente?
Sin perder la esperanza del todo, empiezas a creer que nunca pasarás por eso de nuevo.
Porque para sentirte así tienes que funcionar.
Eres un juguete de cuerda.
¿Y si la cuerda se ha roto?
Y echas de menos estar así: enamorada.
Y lo echas tanto de menos que hasta te lamentas por no volver a vivir su efecto rebote.
¿Volveré a llorar por algo tan trivial como tú?
U otro como tú, ¿qué mas da?
¿En algún momento de lo que me queda de vida esa tontería del amor será mi mayor motivo para llorar?
¿O acaso, a partir de ahora, todos los llantos serán realmente amargos?
Porque el mal de amores es eso que le pasa al cielo cuando hace sol y llueve a la vez. Nace un arcoiris. Y el llanto no es dolor. Es reconfortante. Y el hecho de que todas las canciones te recuerden a él, que cada película que ves "sea vuestra historia" y que el corazón se te dispare cuando oyes su nombre no son más que muestras de lo maravillosa que es tu vida. Porque estás viva. Porque sientes. Porque tu máxima fuente de sufrimiento es que lo vuestro se haya acabado y no tienes ningún problema de verdad.
La comodidad del sufrimiento teatral, no por ello ficticio. La tranquilidad de saber que algún día todo será un recuerdo, en el que sólo habrá cabida para lo bueno. La certeza de que "el tiempo todo lo cura"; algo que, lamentablemente, sólo podemos aplicar a esta condición.
Sufrir y saber de donde viene ese sufrimiento.
Y ponerlo en palabras.
Y no estar sola. Ni incomprendida. Porque si de algo se ha nutrido el arte en los últimos siglos ha sido del desamor. Y puedes encontrar refugio en cualquier lugar y en cualquier persona.
Y es entonces cuando dejas de preguntarte si volverás a amar y piensas ¿volverán a romperme el corazón?
Y ahora echo de menos la cara A de la cinta de Carlos Santana.
Ese chico que me miraba mientras dormía.
El que se levantaba sin despertarme y dejaba una nota en la almohada.
El que aparecía en la puerta con un paraguas cuando llovía.
El que venía a verme cuando estaba resfriada.
Con el que pagué tantas entradas de cine para no ver la película.
El que me llevaba al teatro y prefería ver la emoción en mi cara que la actuación frente a él.
El que buscaba canciones que yo pudiese cantar.
El que se emocionaba cuando le decía que le quería.
El que quería la intesidad de Barbra Streisand en Tal como éramos.
El que no asustó. Ni de mí. Ni de él.
El que era más libre conmigo que sin mí.
El que no se avergonzaba de mi risa estruendosa.
Al que no le importaba que hiciese el ridículo. El que lo hacía conmigo.
El que creyó en mí antes que yo misma.
El que se sabía reír de sí mismo.
El que creía que los dos nos merecíamos el uno al otro.
El que veía algo maravilloso en mí y le indignaba que yo no lo viese.
Aquel que me consideró su mayor acierto.
El que me llevaba al autocine para ver la película.
El que después de tantos besos sin sentido, me dio el definitivo.
El que me hizo temblar.
El que no tuvo miedo a temblar en mis brazos.
El que no escondía su fragilidad.
El que llevaba mi foto en la cartera.
Aquel que salía de fiesta y me llamaba al llegar a casa.
Con el que un cruce de miradas se convertía en telepatía.
El que me conocía mejor de lo que yo quería que lo hiciese.
El que hizo de la excitación cosa de dos.
Con el que descubrí el placer.
El de la primera vez.
El de la primera vez que valió la pena.
El de la vez más espectacular.
El que hacía que quisiéses más veces.
El que era mi amigo.
El que me besó sin querer.
El que me respetaba.
El que no me mentía.
El que no tenía miedo a decirme que me quería.
Con el que pasaba la noche en vela. Hablando.
El que prefería estar hablando conmigo que acostándose con otra.
El que tenía alma de poeta. Y escribía versos sólo para mi.
El que me mandaba una canción que le había recordado a mi. Porque sí.
El que fue el más romántico del mundo. Capaz de hacerlo todo sin cursilería.
El que empleaba tiempo y esfuerzo en buscar la película perfecta para mí. O el vídeo porno perfecto.
El que me daba la mano sin que se la pidiese.
El que estaba orgulloso de mí.
El que nunca se consideró mi dueño.
El que nunca se creyó mejor que yo.
El que nunca competía conmigo.
Para el que éramos un equipo.
El que siempre venía en son de paz. Y a pecho descubierto.
El que siempre salía de la sala con la elegancia de Rick Blaine.
Aquel que me dijo que su película favorita era Casablanca.
Con el que aprendí a amar.
El que me dejaba su chaqueta cuando hacía frío.
El que me comía besos en el ascensor.
En que me abría la puerta. Y me apartaba la silla.
Al que siempre le parecía que habíamos comprado poca comida.
El que sabía sorprenderme.
Ese para el que me cambiaba ochenta de veces de ropa.
El que esperaba en mi portal con infinita paciencia.
El que me conocía. El que se molestó en conocerme.
El que veía algo en mí que nadie más veía. Que ni yo veía.
El que recogía la casa antes de que me desperase.
El que se quedaba conmigo cuando todos los demás se iban.
El que era mi amigo.
El que me arropaba y se iba sin que le acompañase a la puerta.
Por el que me levantaba para mirar por la ventana.
El que miraba hacia arriba sin necesidad de que gritases su nombre.
El que nunca tenía el móvil en la mano cuando estaba conmigo.
Al que cualquier plan le parecía peor que quedarse conmigo en casa.
El que sabía poner en orden sus prioridades.
El que nunca antepuso la ambición al amor.
El que hizo que creyese en mí.
El que maduró conmigo.
El que me buscaba parecidos con actrices.
El que nunca me hacía la pelota.
El que nunca pensó en traicionarme.El que no huyó.
El que no se fue.
El que dejó de buscar.
Y se quedó.
El que se quedó.
Se quedó.
Conmigo.

"Va por ti, muñeca", Rick Blaine (Casablanca).

El que soñé.
El que soñaba.
El que sueño.
El que creí que tenía.
El que quise tener.
El que quiero tener.
El que nunca tuve.
El que nunca existió. 
O ya no existe.
El que me imaginé.
El que no sé si sigue pensando en mí.
O sí.
El que no sé si volverá.

El miebro fantasma.
La ausencia ficticia que duele más que cualquier presencia.
El espejismo al que siempre echaré de menos. 

PD: La canción de rigor "Have you ever really loved a woman" de Bryan Adams.

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